Antologia



Páginas Diario 

(Selección) 

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"Así desearía yo morir, como la luz de la lámpara sobre las cosas, esparcida en sombras suaves y temblorosas".
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"...Sabes mi trágica devoción a las leyendas de príncipes encantados...
Sabes que una música melodiosa y un canto suave me hacían sollozar, y que una palabra de afecto me hacía esclava de otra alma, y sabes, también, que todo lo que soñé tuvo una realidad desgarradora".


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"Agonizando vivo y el mar está a mis pies/ y el firmamento coronando mis sienes".


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"Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí y anegue generosa en frescura mi interior 

carcomido".

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"Una campana impiadosa repite la hora y me hace comprender que vivo, y me recuerda, también, que sufro".

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Teresa es una niña extraña, tanto física como moralmente.
Su pelo es la vez ceniciento y dorado. Forma una coraza protectora para su cuerpecito, fuerte y flexible, como un arco tendido.
En su rostro, con pronunciados pómulos, destacan unos grandes ojos alargados, cambiadizos, con resplandores de felino y en el fondo de los cuales se incrusta la pupila extrañamente inquietante con sus reflejos de acero.
La nariz es pequeña. Tiene algo de bohemio. Parece remontarse hacia el cielo. Se dilata con unas imperceptibles vibraciones a la menor orden de los nervios; sin embargo la boca de Teresa, de una pureza desconcertante, es una fruta de primavera que se abre suavemente para proyectar, con su sonrisa blanca, una luz en todo.
Es la segunda de seis hermanas, todas doradas y risueñas como los rayos del sol.
La mayor, ídolo de su madre, es frágil, con la fragilidad de las porcelanas. Su alma, también… de porcelana.
Educadas de dos en dos, tienen la misma institutriz; pero la mayor, continuamente solicitada por el amor de su madre, atiende poco las lecciones y apenas participa en los juego de Teresa.
La primogénita no llega a entender las extravagancias de su hermana pequeña. No puede percibir la melancolía de Teresa viendo una puesta de solo o su entusiástica admiración por el encanto exótico de una flor en algún jardín vecino.
¡Ah! ¡Cuánto más práctico y agradable es el engalanarse de telas suaves y sedosas, el alisarse el cabello con brillantina, juntando sus rizos como espigas maduras!
Teresa la observa con una expresión irónica mientras sus dedos buscan maquinalmente, en su libro de cuentos preferido la página donde se encuentra su amigo el zorro.
El zorro peludo, con sus ojos entreabiertos donde se adivinan sueños de envidia, cargados de deseo, cuando piensa en una gallina gorda, canturreando.
De repente, Teresa ve a su elegante hermana, ¡transformada en ave! Se echa a reír… y su carcajada, desconcertante, asusta y enfada a su hermana.

- Pero, ¡eres idiota! ¡Estás loca! ¿Por qué te ríes de ese modo?

- Venga, señora la curiosa – contesta Teresa - ¡Me río porque me da la gana! Además, me interesan tus trapos, tu aderezos…vete a que te hagan capote y ropa cortados con un patrón. Te pareces a una infanta recién llegada de un antiguo cuadro o… ¡a una gallina!

Y Teresa sigue soltando carcajadas, como un torrente salvaje en locas cascadas.
¿Qué le importan los trajes cuando le sirven de túnicas todas las nubes que pasan, cambiando sus colores con las aguada de los estanques, que abren sus glaucos ojos hacia todos los rincones del jardín; las nubes que peina en la superficie del agua con sus dedos morenos de acariciar los rayos del sol?

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Miro mi faz sobre la charca podrida y ella me devuelve el reflejo tan puro como el mas nitido espejo. A pesar de que en mi aima se albergan lastimeras cuitas se ilumina mi rostro a1 reir, como encendido al rescoldo de una santa alegria. Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su ap6strofe dolorido, que diriase que ellos se levantan a impulsos sos de una fuerza extraiia, para ofrendar sus preces en una beiidicidn al Omnipotente. Miserable lloro, retorciendo mis angustias como a sierpes que quisiera aniquilar, pero en mi camino se detiene a tiempo un santo, un bondadoso, un sencillo y enjugando mis ojos me dice:- ¡Qué buena eres! Llora, que esta agua que vierte el alma endurecida, bendita es, la recoge El, que está más alto - y señala los espacios.
No puedo ser mala, no; la bondad me sale al encuentro. Paréceme que el mismo mal se hubiese vestido de gala para desgarrarme el corazón. Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mi y anegue generosa en frescura mi interior carcomido. ¡Oh siglo agonizante de liumanas vanidades! He cultivado un pedazo de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes destinadas a la Tierra Prometida.


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Alta mar


De tanta angustia que me roe, guardo un silencio que se unifica a la entraña del océano.
En la noche cuando los hombres duermen, mis ojos haciendo triptico con el farol del palo mayor, velan con el fervor de un lampadario ante la inmensidad del universo.
El austro sopla trayendo a los muertos cuyas sombras húmedas de sal acarician mi cabellera desordenada. Agonizando vivo y el mar está a mis pies y e1 firmamento coronando mis sienes.




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Londres, Septiembre 191...

A un costado de mi cama, en la red, hay tres manchas de tinta.
La primera repartida en puntitos parece una estrella doble, la segunda se abre más abajo; en minúscula mano de ébano, la última perfectamente recortada tomó la forma de un as de piqué. Resbalo sobre ellas mis dedos, con sensibilidad de nervio visual, y siento que esas tres manchas están de relieve dentro de mi cerebro como obstáculo para el fácil rodar de las ideas. Hay tres, digo, tratando de sí atraerse; tres, digo mirando al techo: el amor, el dolor y la muerte. Sin saber por qué paréceme que he pronunciado algo grave, algo que recogió en su bolsa sin fondo la fatalidad. Aunque borre las manchas de la pared, esos tres puntos negros quedarán estampados en mi cerebro. En la efervescencia de la sangre que bulle, cuando la sorba la Absurda, harán remolino vertiginosamente las tres, en la copa pulida del cráneo. Un temblor nervioso tira hacia abajo la comisura de mis labios. Cada vez más espesa la pintura de la noche embadurna los cuadros de la ventana.

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Londres

Tras de los cristales el alba alisa sus cabellos blancos.
Ella despierta.
Junto al espejo yo meso los mios rubios.
Yo he dormido, he soñado sollozando.
Ella eterna
y yo triste y triste somos
aquellos que no hemos nacido de los dioses.

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Liverpool, Hotel Adelphi, Octubre 16, 1919, tres y media de la madrugada.


No he podido dormir. A la una de la madrugada cuando iba a entregarme al sueño, me di cuenta que estaba rodeada de espejos.
Encended la limpara y los contré son nueve. Recogida, haciéndome pequefia contra el lado de la pared, traté de desaparecer en la enorme cama.
Llueve afuera y por la chimenea caen gruesas gotas, negras de tizne. ¿Es que se deshace la noche?
No tengo miedo, hace mucho tiempo que no experimento esa sensación.
Me impone el viento que hace piruetas silbando, colgado de las ventanas.
No podria explicarlo, pero aqui, en este momento, hay alguien que no veo y
que respira en mi propio pecho.
¿Que es eso? bajo, muy bajo, me digo aquello que hiela pero que no debo estampar en estas páginas.
La sombra tiene un oido con un tubo largo, que lleva mensajes a través de la eternidad y ese oido me ausculta ahi, tras del noveno espejo.

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Madrid 1920

No deseo el amor, ni el oro.
Mi alcoba pequeña es cofre de soledad.
Sobre la cama extiende su flexible manto la muerte.
En el brasero rebrillan un montón de astros, Gloria y sueño también los
tengo.a rnuerte

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Madrid

¡Me muero! Al decirlo no experimento emoción alguna, por el contrario, me inclino curiosarnente a contemplar el hecho como si se tratase de un desconocido.Si tuviera la capacidad de estudiar el fenómeno podría asegurar que es mi conciencia la que ha desaparecido debilitando mis sensaciones corporales , hasta hacerme creer que el cuerpo sólo vive por recuerdo.
No hay médico en el mundo que diagnostique mi mal; histeria, dicen unos, otros hiperestesia. Palabras, palabras, ellas abundan en la ciencia.
A1 escribir estas páginas una fuerza sobrenatural me ordena que
imprima en ellas un nombre. ¡No, no lo diré, me da miedo!
Cuando aparece este nombre en mi círculo nebuloso, se levantan rnis manos con lentitud profética y
fu lguran bajo la noche con estreremecimientos sagrados.¿Me muero estando ya muerta, o será mi vida muerte eterna...?


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Marzo, 1920



Monótona cadencia lleva tu canción, ¡oh vida!, ella adormece la exaltaci6n del deseo de muerte. Silencio, hondo silencio extiende su crista1 opaco dentro del alma, bajo él yace una pasión ahogada.
¿Por qué aliento si ya no da luz en mi vida la risa, única causa de vida?
Dentro del tubo sonoro de un órgano quisiera encerrarrne y cantar en su sonido el "De profundis".
¡Oh, cómo desgranaría el cielo sus círculos de cristal rebañando la tierra de su frescura! Y sacudiría imponente el extendido abanico negrro sobre el orbe el ave de los augurios. Inauditas ondas de mágicos reflejos nacerían en el mar para besar el brazo ambarino del horizonte.
Lentamente vendria la noche ...La colcha azul, cobertor de mi cama de hospedaje, es campo de luna cuando la noche de los tristes tiende sobre mi cuerpo su mortaja.
El arisco gato negro, habitante expatriado de Saturno, deja su maullido sonoro tras de mi puerta cerrada.
Largos puntos de exclamación pinta la sombra sobre los barrotes de las sillas y en sus asientos aguarda Aquél, Aquél y su sombra que nunca nos encontrará.
¿ Por qué me espera; cual es mi falta; cuál es la maldad de los que hemos nacido quintaesenciados?
Alli me aguarda el que no me encontrará . Los puntos de exclamaci6n se han encorvado sobre su espalda, interrogan...
El reloj extiende sus brazos negros de polo a polo.
Las doce, las seis, y entre ellos sonríe el tiempo mostrando sus dientes gastados con la sonrisa esférica de los astros muertos.
El reloj es para nuestros espiritus resignados corno la noria a la mula domesticada. Es nuestro punto de partida y de llegada.
Por eso los artistas adoramos la noche, porque en ella olvidamos los brazos negros que nos señalan la ruta del mundo y nos dicen: "Vives".

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Me siento mal fisicamente. Nunca he tributado a mi cuerpo el honor de tomar su vida en serio, por consiguiente no he de lamentar el que ella me abandone.
Vida, sonriendo de tu tristeza me duermo y
de tus celos de madre adoptiva. En tus ojos profundos ha rebrillado inconfundible la iniciación de mi ser astral.
Sólo una vez más se filtrará mi espiritu por tus alambiques de arcilla. Vida, fuiste regia, en el rudo hueco de tu seno me abrigaste como al
mar y, como a él tempestades me diste y belleza.
Nada tengo, nada dejo, nada pido. Desnuda como nací me voy, tan ignorante de lo que en el mundo habia.
Sufri y
es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido.





Con las manos juntas

(Extracto) 

Madre: ¿es verdad que me has perdonado? Desde que te fuiste yo he implorado con toda mi alma tu espectro, he llorado al silencio, voz de la nada, para que regale mi oído con aquella dulce palabra de alivio. Mi cabeza hundida en meditación ha profundizado todas las ingratitudes, todas las veleidades y ha surgido luminosa con un ¡sí! de verdad.
¡Oh, si, me has perdonado! Así como abrió tu vientre para darme a la luz ¿Cómo no abría gustoso tu corazón para dar consuelo a la hija dolorida, errante, huérfana de todo y de todos? Madre: perdonar es la suprema felicidad de una alma que deja este mundo para ir a otro, donde no hay pasiones, donde el ultimo aliento quiere disolverse de un grandioso anhelo de bondad. En mis largas noches de tristeza, le he visto en el lecho de muerte. Tus ojos brillantes, cansados de sufrir y meditar, tenían la omnipotencia de las lámparas sagradas que se apagan. Mis hermanas rodeaban tu lecho, desgarrados sus corazones de madre, al ver partir eternamente a la madre tan joven, que apenas si pudo ser abuela. Madre: veo también a mis hijas, a mis dos ángeles adorados, mirarte, graves, con los ojos extáticos, sintiendo en sus almas infantiles la raíz de aquel dolor, que al nacer de mí heredaron. Todas estaban contigo... ¡Pero tú estabas sola! Mi ausencia en ese momento debió serte toda una vida, porque al cerrar los ojos, se ve el camino de las almas, y tú, en una larga mirada, viste la senda por mi recorrida. Debiste sufrir, madre mía, y en ofrenda a esa angustia tuya, lloro estas lágrimas tan lejos de tu los, ya que el destino inclemente me niega hasta las dulzuras de llorarte cerca. Debió estremecer tus huesos el escalofrío que hiela más que la muerte. Pero no, no estabas sola; en aquél momento enorme de cerrar los ojos, tenias mi alma a tu lado. Ella llegó con la valentía de su timidez y blandamente, imprimió en tus ojos el beso que imploran y te daba el perdón. Y ahora, con las manos juntas vueltas hacia el cielo, vive adorando tu recuerdo la hija que fervorosamente te reconquistó en la muerte. Te fuiste y dejaste bendita la tierra que has pisado. Ahora tu huella será mi rumbo.







Los tres cantos 

I
  
La mañana 


Canta alma mía; ¡canta a la mañana!
¡Canta con los pájaros, con los árboles, las flores y las aguas! ¡Canta con el viento y la montaña, con el bosque y el llano encendido por el sol, que se te ofrece como un ánfora de oro desbordante de vida!
¡Canta, alma mía, con el grillo maravillado de luz, que mora en la corteza de los
pinos y con la abeja ebria de perfume; canta con el águila solitaria en la cúspide de las rocas y con la hormiga laboriosa en las cavidades de la tierra!
¡Canta con la mariposa de alas inquietas como párpados de niño, y con el sapito verde desde su trono de nenúfares en el espejo del estanque!
¡Canta con la res fecundada y la miés madura; con los frutos rosados, que se abren como labios jóvenes; canta con el tierno corderito de la majada y la madre feliz que lo ha parido!
¡Canta, alma mía, canta con el alma gemela; con la buena alma hermana que vibra, llora, y ríe en un solo impulso contigo!
¡Canta con el candor alegre de la franca sonrisa y con la mirada clara quc refleja la serenidad de su dulce sentir!
¡Canta, alrna mía, y tiende tus brazos al amor que llega desalado a refugiarse en tu seno; dale abrigo, alma mia, y estimula su creciente vigor!
¡Canta con las lágrimas de dicha que tiemblan y resbalan como gotas de rocío sobre los pétalos, y con el beso que se insinúa temeroso, descorriendo los velos del corazón para dar paso a una plena aurora de amor!
¡Canta, canta, con la vida, con las pasiones de fuego, con los
deleites sanos; canta con la suprema gloria de los espasmos compartidos, y con las languideces que ponen en los ojos tonos de atardecer!
¡Canta, alma mia, y comunica a las cosas pasivas tu fuego; entrégales tu esencia, crea mundos, prodiga bellezas y bondades, hasta erigir un tronoa la casta verdad!
¡Canta y atraviesa los espacios con tu voz musical e impón silencio a los pájaros para que escuchen la palabra del hombre sabio y fecundo!
¡Canta, alma mia, canta y bébete de un sorbo el néctar de la mañana; canta, alma mía, mientras el cielo azul y la campiña sean para ti una bacanal con cuya belleza puedas embriagarte!
¡Canta, alma mía, canta antes que cierre la noche y aúlle el lobo salvaje en la montaña!

II



El crepúsculo

¡Reza, alma mia, reza!. . .¡Reza con la tarde moribunda, con la campana del claustro lejano que desparrama por los aires su quejido de metal!
¡Reza con la oveja descarriada y con los árboles fervorosos, que inclinan hacia el lago sus copas sombrías!
¡Reza, alma mía, con el pájaro sin nido y con la pupila ciega del pozo abandonado!
¡Reza; reza con el camello exangue en las arenas del desierto y con el león herido en las selvas; reza con los campos devastados y las espigas sin grano!
¡Reza con el duelo del abismo y con la hoja desprendida!
¡Reza con la carreta sin ruedas, abandonada en la mitad del camino, y con la derruída cabaña que, como alma del paisaje, quedó aguardando al hombre!
¡Reza; reza, alma mía, con el huérfano y con el viejo mendigo; reza con las flores que recogen sus pétalos para morir, y con el sol que llorando orova a esconderse en la montaña!
¡Reza, que en el horizonte se ciñae un anuncio de sangre y las nubes cargadas de odio van a encontrarse con la desgracia; reza y arrodillate, alma mía, pide para que la paz reine entre los
hombres y los elementos; que todos unidos por un mismo esfuerzo vayan serenos hacia el fin de las cosas y renazcan con mayor vigor y sabiduría!
¡Reza con los seres anónimos que dan sus energias y bondades sin pedir retribución ni honores, con el tembloroso anciano que inclina hacia la tierra su cabeza Ilevando en ella un espíritu primaveral!
¡Reza; reza, alma mía, con la pobre enamorada que para siempre vió dormirse en sus
brazos a1 amado, reza con ella, que tuvo la feroz realidad de sentir impotente el poder de sus besos y de su amor para volverle el calor de la vida!
¡Reza con los corazones desgarrados que aullan de dolor a
las sombras y tienen que reir con la luz del sol!
¡Reza; reza, alma mía, toca el polvo con tus sienes pensativas, conjura los
malos augurios, alivia las amarguras y da tu esencia por las nobles y buenas causas!
¡Reza, que es la hora de los presagios, de las apariciones tétricas; la hora en que nace el destino de los
hombres!
¡Reza contrita, alma mía; que llega el dolor!
Se va el sol, y de alas de mariposas muertas nacen flores para las tumbas.
Se va el sol. Desconsolada llega la noche, trayendo en su regazo el cadáver del día, pálido, frio, exangüe. . . Sañuda, la felina loba acecha a los corderillos, afilándose los dientes en la corteza de los añosos árboles, martirizando las hojas con sus feroces garras.
Se va el sol, y una música alejada de vientos y de cascadas lo acompaña hasta la montaña.
Los insectos rumorosos corren de un lado a otro, escondiédose entre las malezas, evitando el último rayo del astro de oro.
Se va el sol. Las penas rondan el mundo con caras hambrientas buscando corazones para devorar.
Se va el sol, y
la sonrisa del moribundo se está grabando en la indeleble piedra de la inmortalidad.
Se va el sol y el alma mía tiembla de pavor en las tinieblas.

¡Naturaleza! El hermoso rostro de él se vuelve mustio y, como los cirios que se apagan, inclina su lánguida cabeza.
La voz, su alegre voz, se atenúa; ruedan las palabras y un eco cavernoso responde en el misterio.
Sus ojos, que guardan el encanto, la causa de mi vida, se entrecierran sin brillo y como luceros tristes me miran hondo, despidiéndose.
¡Naturaleza! ¿Pretendes, acaso, negar tu apoyo a esa grande alma y dejar que se precipite en el caos como una sombra?
Te cantaré; madre mía, te imploraré; postrada besarié la tierra en prueba de humildad.
Dejaré que los hombres me miren con desprecio; aceptaré la mordedura de las viboras y el azote de sus viscosos miembros sobre mis espaldas.
Recibiré con gusto el castigo de los vientos helados que me penetrarh hasta la médula y que harán su guarida en mi cerebro.
Pediré a los rayos y a los truenos que sobre mi frente descarguen su furor.
Con llena voz imploraré a1 mar para que me envuelva en sus iracundas olas, y me haga libar hasta las heces su amargor.
Dejaré que el sol se ensañe con mi cuerpo y lo carbonice; seré resignado combustible para las llamas aviesas.
Renunciaré a mi conciencia, y seré bestia. humilde, con los ojos vueltos hacia la tierra, en espera de horrendos martirios.
Seré un ente, una cosa, una brizna; pero deja
que él viva, que él respire, que reciba la bendición augusta de todo lo que tú encierras, ¡Naturaleza excelsa!



 III



La noche

¡Llora, alma mía, llora!
¡Llora con la noche desolada, llora con sus estrellas que son rutilantes lágrimas cristalinas de misterio! llora con la negra serenidad del paisaje y las heladas rocas en el horizonte esfumado; llora con el ave agorera en el enredo de los cipreses, y con la sierpe desencantada en el hueco de las montañas!
¡Llora, alma mía, con la angustia de los muertos olvidados, y con los restos náufragos
donde habitó la vida!
¡Llora con el puente inservible, que sume en el agua la mitad de su cuerpo, y con la belleza tétrica de las estatuas mutiladas!
¡Llora, alma mía, con el mar bravío, que emociona a1 cielo con su rugir salvaje, y llora
con la cuna vacía!
¡Llora con el éxtasis de los lagos turbios y con la mirada yerta de la lámpara apagada!
¡Llora con el alud de nieve que purifica el llano y hace a1 hombre más bueno!
¡Llora con el paria, y con la mujer repudiada en su lecho de hospital!
¡Llora, alma mía, llora con la madre a quien la brutalidad del hombre arrancó sus
hijos y
la ha dejado sola en medio de la vida!
¡Llora, alma mía, con los que no tienen consuelo, que, como muertos con alma, no aguardan nada ni a nadie esperan!
¡Llora, que tu destino es el llanto!
¡Noche hermana! Pupila inconsolable que de tanto llorar has quedado ciega.
¡Oh, noche! Niobe del orbe. En tus brazos encuentro el sitio propicio para hundir mi cabeza henchida de sollozos. En tus sombras sigo yo, paso a paso, el destino de mi espíritu errante.
¡Oh, noche! Si de llorar te volviste sombría, las lágrimas que derramaste, piadosas de tu tristeza, se volvieron estrellas para iluminarte
; pero las mías, ¡noche!, son como goterones delava que van surcando mis ojeras y cavandolentamente la tumba de mis ilusiones.
En tu lobreguez despótica de reina inconsolable, encuentro un sentimiento hermano; y es ahí, en el terciopelo de la vestidura que arrastras, donde quisiera envolverme como en un cendal y quedarme dormida. Si, quedarme dormida ¡oh, noche! cantando una canción de cuna, meciendo en mi alma a las dos criaturas que me arrancó la vida; cantando en mi alma a1 amor que me arrancó la muerte.
Madre de los vivos y de los muertos, ¡oh, Naturaleza!
Cuida del dormido que sepult6 en tus brazos su alma joven. Evita que losgusanos perforen sus ojos, que fueron astros de amor, y cuida de su boca tersa donde sonreía la vida ;que en su rostro, con carnes de topacio, no se enseñoreé la muerte y lo ponga lívido; cuida ¡oh, Naturaleza! para que un rayo de sol sea su eterno cirio y, atravesando las entrañas de la tierra, llegue a acariciarlo como una dicha; cuida que su cuerpo permanezca bello, que la negrura del misterio no maltrate su morbidez; que sus manos, nidos de caricias y energías, queden frescas como tus plantas y tus flores; cuida de que sus pies, que siempre anduvieron de prisa en busca del bien, sean respetados como dos queridas reliquias, y cuida de su coraz6n, que fue el cofre donde encerró, la vida la esencia de su belleza.
¡Naturaleza, mi Dios! De rodillas, junto a esta tumba amada, te imploro como una hija
en agonía a su madre cariñosa. ¡Cuida de el! Cuida del que me dió la sensación de aurora en el frío ocaso de mi tristeza; cuida y no lo maltrates; en cambio toma de mi la juventud para alimento de tus roedores necropófagos, y la sangre de mis arterias, para que se embriaguen como en un rojo vino de olvido.
¡Naturaleza! Por el ruido de tu mar preferí el rugir de las pasiones; por la paz de tu llanura y
la ondulación de tus montañas, las tortuosas inquietudes y las alturas de la farsa humana.
Troqué el canto de sus aves por las palabras halagadoras y engañosas, y por la luz de tu sol, losfuegos fatuos del siglo, que me hicieron caminar como una sonámbula errante.
¡Perdón, madre de mi juventud! Ahora, que llego a echarme en tu tierra, cansada de luchar, con los ojos ciegos por el llanto; ahora, que mi alma es un pájaro herido y sin alas vengo a implorarte que me recojas en tu seno.
Ven, muerte luminosa. Con santa piedad cierra mis párpados quemantes;sella mi boca
para que cese de imprecar; purifícala, como a Isaías el leño encendido; calma la fatiga de mi cuerpo, y con tu bálsamo de nieve alivia el dolor de mis pies mutilados.
Ven, muerte, y dame el supremo abrazo que hace majestuosa a la criatura miserable.
Ven, muerte, a libertar mi cuerpo de su yugo espiritual.
Quiero volver a la tierra, confundirme con el polvo, fecundar sus entrañas con mi sangre, y sentir sobre mi piel su noble caricia perfumada.
Quiero que penetre en mis huesos el agua de losríos, para que a ellos lleguen a refrescarse los gusanos.
He de ser la hierba humilde que embellece los campos, y la piedra donde reposa su cabeza el exhausto peregrino.
He de ser manantial donde vaya a apagar la sed el rebaño y donde se miren las nubes blancas, que van de prisa.
Mis brazos se levantarán, como gajos florecidos a bendecir el azul; mis piernas serán dos sólidas columnas que servirán de apoyo a las flores trepadoras; y mi cabeza, todavía gloriosa de pensamiento, se
erguirá en forma de laurel que brinde ilusión y dulzura a las almas solitarias.
¡Ven, muerte! Ansío sentir en las llagas del pecado la santidad de la tierra que me cubra. Que mis ojos cansados de mirar horrores se diluyan en lágrimas eternas.
¡Ven, muerte, acúname en tus huesudos brazos; dadme el beso del olvido!

Es con ellos que se siente fuerte, y
es a ellos a quienes se entrega sin recelos, blandamente, como un devoto a su Dios.
Muertos míos
; sublimes amados. Viviré entre vosotros; seré un dormido caprichoso sin sueño de hielo, pero con su glacial reposo.
Seré la madrecita de todos, que llegue cargados los brazos de flores, de esas flores que vosotros no podéis coger con vuestros rígidos dedos.
Seré la novia casta que os dé toda la intensidad de su virgen dolor entre lápidas y piedras.
Seré vuestro día, vuestro sol, vuestra noche de luna. ¡Oh, muertos míos! Nadie vendrá a disputarme este privilegio
; los vivos tienen tanto por qué olvidaros en su lucha por los honores.
Ellos no saben que en vuestro país se halla la clave del enigma.
¡Muertos míos, muertos míos! Las ondas de mi mar interior se llenan, preñadas de dulzuras a1 borde de vuestros lechos.
Soy buena, soy buena. ¡Benditos vosotros, que habéis hecho que yo me encontrara!
Bendito tú que me has purificado con tu muerte.
Buscando la luz llegué hasta las tinieblas y allí la encontré; la encontró entre húmedas
tumbas y sarcófagos, entre maderas podridas y agujereados plomos.
Me guió en el camino un grimillón de hormigas que en ordenada fila hacían sus paseos subterráneos, cargadas de hojitas y
pétalos, que caen como migajas de un festín de recuerdo a los pies de los muertos.
Allí encontró la luz, la verdad y el amor.
El cielo se hace más frágil en el país de los dormidos;tiene tonalidades nacaradas que se ofrecen con humilde suavidad a las fosas, y en el sol hay menos deseo de irradiación, más pulcritud en su oro que en los campos, donde vuelve brillante, como llamas avivadas por el viento, a las espigas maduras.
He escuchado la conversación de los que se
fueron, que es un murmullo caricioso; y tengo envidia. ¡Hay tanta belleza en la sencillez y el frío!
Cada muerto es
un bloque de nieve inmaculada que esparce su blanca serenidad como una hostia excelsa de perdón y olvido.
Cada muerto es una bondad honda, inmutable.
Cada muerto es un ejemplo de muda abnegación.
Allí, entre los muertos, encuentro mi espíritu, y
es con ellos que locomparten sus graves ternuras.






 
El diario de Silvia 

(Selección)





El templo

En el altar de mi templo hay tres retratos, muchas flores marchitas, unos zapatitos de niño y un libro cerrado. En el altar de mi Ternplo hay una campana ronca que va sefialando a mis pasos la eternidad; y un cofre de madera obscura donde
encontró su lecho mi corazón. En el altar de mi Templo hay tres nombres grabados, que son un suave milagro, que aflojan mis dedos apretados por la ira de un gesto de dádiva, que destierran de mi labio la maldición y hacen que una serena indulgencia
consuele a los
hombres en su miserable lucha por la vida.
En la cúspide de mi Terriplo están unidos en estrecho abrazo el perdón y la Muerte.


I

(Fragmento)

Embriagada de placer entregaré la juventud de mi cuerpo al amor de tus aguas, me dejaré llevar por ellas cual gaviota confiada, y mi cabeza, como la de un caracol sonoro, estará llena de tu rugido amado.
¡Oh, mar! Cuando sienta que mi boca cansada no pueda ya cantarte, me arrastraré hasta tus riberas, para que los
hombres no te disputen el que será regio manjar para tus peces raros.
"Mi alma quedaré en ti, será una barca en camino al infinito, será una flor enamorada de luz. Mi clamor se unirá al tuyo y será eterno".
La silueta de Sylvia se erguia blanca y
tan frágil como humo de incienso. Su cabellera bronceada flotaba al viento, y sus ojos fulguraban como el reflejo de las estrellas sobre el mar.
Las carnpanas de la iglesia cercana anunciaron a Sylvia que habia terminado la "Hora del alma".
Pensando que su
obligación era vivir entre los hombres, con paso lento retornó a la casa de sus padres.

II


(Fragmentos)

La plumilla azul de la enredadera cubre integramente la ventana. Al abrir los cristales inunda el antepecho, dejantlo caer de sus apretados racimos pétalos como lágrimas de zafiros sobre la alfombra. Por la maraña de hojas se filtran los rayos del sol moribundo, poniendo pinceladas rojas en los objetos del aposento y dibujando filigranas de oro en los espejos.
Tiene la tarde una suavidad como si manecitas de niños hubiesen formado el mundo, dejando, en la ondulación brumosa de las montañas y en la extensa placidez del valle, todo el candor de sus alrnas blancas.
Flota en el ambiente la quietud propicia a la abstracción. Sólo se oye el bramido alontanado del mar, como encerrado entre peñascos de plata y, a intervalos, el rápido, penetrante chillido de una gaviota que cruza hendiendo los espacios, cual flecha lanzada por vigorosa rnano.
En emanaciones cálidas sube del patio fresco olor a verdura recién cortada, unido al perfume de las rosas y al del tímido floripondio, que balancea sus inmensos copos blancos como vasos de alabastro, acariciando las rejas que circundan el jardin.

(...)
La brisa hace llorar los rosales, que se desparraman en pétalos satinados sobre el césped.
Sylvia sueña y espera en el balcón; espera a su amado. Sus trenzas, cual sierpes de bronce dormidas, caen pesadamente sobre las espaldas; y hay en sus ojos y en el candor de su boca que sonrie, la beatitud seráfica de los seres que viven ausentes de la tierra.
Su espíritu, sereno como el aire de la tarde, profundo como el pozo que refleja la luna en un triángulo del jardín, guarda un éxtasis.
"...Vivir con las cosas virgenes que los seres vulgares no han penetrado; vivir plenamente en la belleza, guardando la castidad del pensamiento, buscando la excelsa magnitud que encierra el mundo hasta en sus gestos más pequeños.
Vivir con el mar, con el cielo, con los árboles, los pájaros y los niños; vivir con la bondad del paisaje, con la superioridad resignada del animal.
Vivir en eterna espera de un ainado que no vendrá.
¡Cuanta más intensidad hay en todo esto que en el cerebro del hombre, siempre limitado y miserable!"
Asi pensaba Sylvia, y su oído atento a la música de la naturaleza, parecia deleitarse escuchando toda esa armonía desconocida para los profanos. Penetraba en su alma, cual efluvios de ernoción, haciéndola estremecer como al follaje dormido los escalofríos que produce el viento de la tarde.

(...)

"El beso que te envio será como una hoja que canta, templada por el viento; será la devoción de mi ser a tu superioridad, porque eres mi maestra y mi madre, mi recreo y mi poesia".
El galopar de un caballo interrumpió a Sylvia en su soliloquio. Presentó a su amado, y su corazón de mujer tuvo un espasmo de sensualidad.
¡Era él, su idolo! El;
se lo anunciaban su boca abierta a las caricias y sus manos crispadas, dispuestas a1 abrazo. ¡Era el! La luna sembraba de perlas el camino y vestía de sus rayos a las cosas inanimadas dándoles vida.
Era é que venía, y su corazón, como pájaro cautivo, trataba de escapar de su pecho.
Allá abajo, en
el estanque, los gnomos y las hadas hacian coro a los sapitos que rezaban el rosario.
El amado, sutilizado por los rayos de plata, como los caballeros de los sueños, saludaba bajo el balcón.
Sus miradas se cruzaron, y Sylvia, arrancando las cintas que ataban sus cabellos, las deslizó por las rejas del balcón hasta ponerlas en las manos de su príncipe.
jAdios! Hasta mañana - gritó él. Y el ruido metálico de los cascos del corcel perdiése en la avenida con candencioso ritmo.
La luz blanca de la luna suavizaba el paisaje. El alma de Sylvia necesitaba meditar.
Cerróse la ventana, y
las flores quedaron mirando a través de los cristales, coma criaturas desconsoladas.

III

-Un beso.
-Sí, Eugenio.
Ella tendió sus labios, extasiada de amor, al esposo de sus sueñoos. Su cuerpo se estremecia en los varoniles brazos; ondas de sensualidad envolvian su talle hasta hacerla perder el sentido.
-Si; toda tuya.
Él la estrechaba con el poder de dueño, y de rendido, porque poseía y era el esclavo.
Sus ojos azules, de terciopelo, se iban moribundos al placer, y
sus labios sangrientos de pasión bebian en los de ella el néctar de la vida, con el deleite de un ebrio.
-Mía, mía...
Sólo
se oyó el crujir de las sedas y un leve quejido del lecho.
Una lucha de suspiros hizo detener a los pájaros en el balcón, que creían oir el llamado de sus hermanos, y las flores del jarrón bajaron sus cabecitas rojas de sublime rubor. Los espejos se nublaron; las lámparas cerraron sus pupilas de Iuz, dejando entrar a la discreta noche.
-Ámame, amor mío. Toma mi vida.
-Tu vida, si; tu vida con tu amor.
-Amor que es vida que triunfa, que pide, que exige; amor, felicidad, sueño, gloria
...-Morir como tú mueres, es mis brazos, es nacer a1 placer, es nacer a la verdadera vida ...-Amor es el perfume que anestesia y hace olvidar la rutina dolorosa.
-Lo que tú me has dado, son los
espasmos sublimes, son las languideces exquisitas del que agoniza inconsciente.
-Te amo...
- Y yo te adoro y te deseo. Jamás tuve, ni en sueños, un presentimiento de amor más hondo; jamás en mis deliquios con el Sol un anuncio de aurora más plena. Un beso se adurmió en los labios unidos de los jóvenes esposos; los fatigados cuerpos rodaron ensoñaados sobre el lecho.
Allí, en la noche, un ruiseñor cobraba celos a la luna con trinos de soprano, y la luna, toda de plata, se daba a él con suavidades de novia.

V

Mis hijas duermen; ¡pobrecitas!
Me he acercado a la cuna poniendo todo mi amor en los ojos, apagando el ardor de mi corazón, para no despertarlas con su latido.
Las he visto y las he sentido dormir.
El sueño es el ala misteriosa donde se
acoge el alma para reposar de la vida.
El sueño es la aurora de la muerte.
Mis hijas, dormidas como pájaros entre plumas y rasos, tienen la dulzura de los claveles frescos.
Mis hijas, con sus largas pestañas que sombrean sus ojeras, dándoles aspectos graves, me muestran la seriedad y la experiencia de los siglos.
Mis hijas, con sus bocas entreabiertas por la respiración tranquila, son la realidad del poema "Vida".
Mis hijas dormidas en lánguido éxtasis, jugando ensueños con sus blancas muñeecas, son la albura casta y profunda de mi espiritu.
A1 acercarme a sus cunas soy un alma tierna y buena; me olvido de la pena, se
endulza mi amargura, y imis lágrimas de despecho se encienden como diamantes al sol.
Las cabezas de mis hijas dormidas son dos vasos misticos; desbordantes de bálsamo que se desparrama sobre mi herida de hastío y la restaña.
Y sus manos, raros caprichos de luna sobre lirios, me ensefian la indulgencia y el perdón.
Mis hijas me dan la sensación de tibieza que anima mi sangre y mi alma a una sinfonia de alegres esperanzas.
¡Mis hijas duermen!
¡Dormid, criaturas adoradas!
La madre vela vuestros sueños con santa serenidad.
Extraeré de vuestros destinos el veneno, atrayendo para mi corazón todos los
pesares.
Mis manos arrancarán las piedras del camino y
en una plegaria de inrnenso amor haré que la Naturaleza las convierta en flores.
Con mis pies quebraré las púas de las espinas, y cuando vosotras recorraís la ruta que lleva a la muerte, ireís pisando blando sobre mi sangre, como en un césped cariñoso.
¡Dormid, hijas mias!
Para reposo de mi espíritu, quisiera transformar vuestras vidas en un eterno sueño.




VII

Un crepúsculo desteñido amortaja mi ventana.
Las camas sufren el azote gris de la tristeza; y
las gentes vagan por las calles agobiadas por un mal incomprensible.
Miro al infinito, y mi alma sondea el misterio.
¡Qué soledad dentro de mí!
Y en mi exterior, qué frío es todo lo que me rodea!
Mi alcoba, desmantelada, tiene el hastío de mi vivir, el desprecio grave de quién no ama la vida.
En este mundo somos huérfanos de amor mi ser y
mis cosas.
Mis pobres retratos, tan lejanos como yo de afectos.
Mis frascos que hace tanto tiempo perdieron el perfume, mis vasos que esperan con sus bocas ávidas el tallo de una flor,y mis libros con sus páginas cerradas como labios bajo las tumbas.
¡Qué huérfanos mudos somos mis cosas y yo!
¡Qué extraña
y honda tristeza padecemos!
Sombrío mundo de misteriosas congojas; silencio de las cosas que han enmudecido y que es más imponente que el de las cosas muertas.
¡Silencio, silencio!, necesito de ti
para gustar de las bellezas; cuán frívolas son las demostraciones en palabras, y cuanto vulgarizan y ahuyentan la inspiración.
El paisaje oscurecido me muestra raros fantasmas en el horizonte, como seres sin alma en un mar muerto.
La noche cae sobre mi ventana pesadamente, como una bacante ebria.

VIII



En mi alma hay dos cunas vacías, dos cunas heladas que no pueden entibiarse ni a1 calor de mis besos, ni al desesperado desconsuelo de mi llanto.
Dos cunas graves como féretros, como cavidades de mármol blanco.
En mi alma hay dos puertas cerradas como dos montañas de roca, las cuales no pueden abrir mis manos, aunque se quiebren los huesos
y se desgarre la piel. Son dos puertas lacradas por la voluntad del Destino.
En mi hay una mística tristeza que ahonda hasta el infinito, como puñal de terciopelo, que asesinara todas mis quimeras.
Hay en mi alma un pozo muerto, donde no se refleja el sol, y del que huyen los pájaros con terrores de virgen ante un misterio de cadáveres.
Mi alma es un palacio de piedra, donde habitan los
ausentes, trayéndome la sombra de sus cuerpos para alivio y compañía de mi vida.i alma es un campo devastado donde el rayo quemó hasta las raíces, y donde no puede florecer ni el cardo.
Mi alma es una huérfana loca, que anda de tumba en tumba buscando el amor de los muertos.
Mi alma es
una flecha de oro perdida en un charco de fango.
Mi alma, mi pobre alma, es una ciega
que marcha a tientas sin apoyo y sin guía
Mi alma es una muerta errante; es el fantasma de la pena.





   

Inquietudes Sentimentales

(Selección)


I
"La luz de la lámpara, atenuada por la pantalla violeta, se desmaya sobre la mesa. Los objetos toman un tinte sonambulesco de sueño enfermizo; diríase que una mano tísica hubiera acariciado el ambiente, dejando en él su languidez aristocrática. Una campana impiadosa repite la hora y me hace comprender que vivo, y me recuerda, también, que sufro. Sufro un extraño mal que hiere narcotizando; mal de amores, de incomprendidas grandezas, de infinitos ideales. Mal que me incita a vivir en otro corazón, para descansar de la ruda tarea de sentirme viva dentro de mí misma. Como los sedientos quieren el agua, así yo ansío que mi oído escuche una voz prometiéndome dulzuras arrobadoras; ansío que una manita infantil se pose sobre mis párpados cansados de velar y serene mi espíritu rebelde; aventurero. Así desearía yo morir, como la luz de la lámpara sobre las cosas, esparcida en sombras suaves y temblorosas".

XXXI

"Los sombreros me causan la sensación de cabezas cortadas y momificadas, y aquellos de los cuales cuelgan bridas de colores, se me antojan cabezas arrancadas por mano brutal, donde ha quedado adherida una vena sanguinolenta. Nunca puedo ver un par de guantes sin imaginar que son piel de manos disecadas y, en aquellos de color amarillo, encuentro algo repugnante de lo que empieza a podrirse. Detesto las prendas de vestir olvidadas sobre la cama; hay entre ellas y los muertos mucha analogía. Vi una vez, en un asilo, a una loca muerta; y era lo mismo que ver a un trapo violáceo tirado dentro del ataúd".
 









Fotografía de Horacio Ramos Mejía
(Anuarí)


*
*   *


En la quietud del mármol

(Selección)


Prólogo de Valle - Inclán

¿De qué mundo remoto nos llega esta voz extraña cargada de siglos y de juventud? Tiene la clara diafanidad del canto en las altas cimas, y no sabemos si es cerca o lejos de nosotros cuando suena en el maravilloso silencio. Y extraña como la voz es esta frágil y blonda druidesa que apenas posa sobre la tierra y tiene al andar el ritmo del vuelo. Baja de la montaña sagrada, es toda hecha de nieve y de sol de la cumbre. Arrastra el prestigio esotérico de algún antiguo culto al viento y al mar, a la tierra y al fuego.
Estos poemas, como versículos de un libro sagrado, hacen sonar la cadena de los siglos, y tienen la misteriosa resonancia de las voces elementales. Pasa sobre ellos el soplo profético: el barro recuerda la hora en que salió del caos, y el espíritu la Divina Cáligo. Con el dolor de la caída se junta el anhelo por volver a la luz. Maravillosa virtud la de esta voz que golpea la puerta de bronce del templo de Isis: los ecos milenarios se despiertan, y las sombras antiguas acuden al conjuro, pasan guiadas por la música de las palabras que se abren como círculos mágicos en un aire nocturno.
Tiene esta voz una gracia alejandrina, en ella se juntan como en el antro de un viejo alquimista, los verdes venenos de sierpes y plantas, las piedras cristalinas donde están grabados los signos salomónicos, y las esferas de bronce que marcan el camino de los astros paralelo al camino de las vidas. Maravillosa voz alejandrina que renueva el temblor de las visiones apocalípticas, y la mística calentura del fakir que deslía su conciencia en el Gran Todo.

I
Para Anuarí: que duerme en este féretro el sueño eterno.
Para él
... Anuarí mío , que nadie puede disputármelo; porque mi amor, mi amor y mi dolor, me dan derecho a poseerlo entero. Cuerpo dormido y alma radiante.
Si, Anuarí, este libro es para ti. ¿No me lo pediste tú una tarde, tus manos en las mías,en tus ojos mis ojos, tu boca en mi boca, en intima comunión? y yo
, toda alma, te dije: Si,-besándote hondo en medio del corazón.
¿Te acuerdas, Anuarí?
II
¡Oh! ya no puedo escribir tu nombre sin que un velo de lágrimas oculte rnis ojos, y un apretado nudo extrangule mi garganta.
¿Por qué te fuiste, amor?, ¿Por qué, me lo pregunto mil, dos mil veces a1 dia. Y no acierto a hallar respuesta alguna que alivie el
feroz dolor de mi alma.
Si; ¿Por qué
te fuiste, Anuarí, y no me llevaste contigo?
Mirando tu retrato, con la pasión de una madre, de una novia, de una amante loca de amor, trato de arrancar de tu mirada el gran enigma que ha destrozado tu vida y la mía.
¡Ah, mi criatura! Cuando la suerte impía me arrebató esas
dos hijas de mi sangre, creí que el dolor info habia roto los límites humanos. Pero no; tú has hecho que mi grito desesperado llegue hasta el misrno trono del Dios de los cristianos y los apostrofe temblando de santa y fiera indignacion.
No se puede ser tan cruel con una débil criatura, sin darles fuerzas suficientes para soportar los latigazos, y abandonarla después en la agonia. Si: tu partida silenciosa me ha dejado agonizando a1 borde de la infinita nada; y sola; con sed de cariño, con ansia de dormir y descansar, rendida al fin....

III
En una de tus cartas me escribiste, una vez:
"Per l`amor che rimane e la vita resiste (y el nuestro resistirá, ¿verdad Teresa?"
"Nulla é piu dolce e triste che la cose lontane".
Sí, Anuarí, "Nulla é piu dolce e triste che la cose lontane". Y por eso te fuiste.
Esa carta la he releido otra vez, y siernpre me deja una impresi6n desesperada, que sólo puedo traducir em sollozos.
Tus cartas, tus retrats, y las flores que han muerto sobre tu ataúd, son reliquias que guardo con avaricia enferma : ellas forman todo mi ideal, toda mi vida, y no digo mi consuelo porque éste ya no existe para mi.
Guardo también dos tornillos, que con dura e impiadosa mano pusieron en tu féretro los enterradores, tornillos que irán clavados en mi cerebro el dia de mi rnuerte; en mi cerebro, donde llevo cincelada tu imagen profunda e inamovible, cual las grietas que han socavado los siglos en las heladas rocas.
¡Anuarí, Anuarí! Si fuera posible resucitarte, daría yo hasta mi conciencia; me resignaría a vivir postrada a tus pies, como una
esclava, con la sola satisfacción de mirarte, de sentirte reir, con esa risa de cascada de plata; sin aspirar a otra recompensa que el sentir, por una vez solamente, el beso de tu boca en mi frente.
¡Anuarí, resucita! Vuelve a la tibia cuna de mis brazos, donde te cantaré, hasta convertirme en una sola nota que encierre tu nombre.

IV
Reposa tranquilo, Anuari. Sere siempre tuya. He hecho de rni cuerpo un templo, donde venero tus besos y tus caricias, con la más honda adoración.
Llevo clavada, como un puñal, tu sonrisa en el punto donde se posan mis ojos; esa sotirisa con los dientes apretados, que hacian de tu boca un capullo sangriento, repleto de blancas, relucientes semillas.
Anuari. Tu sonrisa es una obsesi6n destructora que mata todas mis risas, tu sonrisa provoca en mi mente la inquietud del relámpago en medio de la noche. Es veneno de nácar que destila en mi corazón hasta paralizarlo.



V

Anuarí; te evoco dormido y te imagino dorrnido eterno.
Una sombra se esparce blandamente sobre mi alrna, la divina sombra de tus pestañas, que formaban dos alas de aterciopelada rnariposa sobre tus ojeras.
Si, Anuarí. Una noche, la más feliz de mi vida, se durmió tu cabeza en mi hombro, y era tan intima mi dulzura, que mi respiración se hizo una música para mecerte.
Te dormiste, criatura mia, después de haberme estrujado el cerebro y el corazón con tus labios ávidos de juventud, como una abeja lujuriosa de néctar y perfume.
Y esas sombras de tus pestañas, son las cortinas que me ocultan la luz del sol, y me llevan en vértigo confuso hacia tu grave País.
Una noche, la más feliz, la única de mi vida, se durmio tu cabeza en mi pecho, y alli encontró la delicia del sueño, y buscó la almohada eterna.


VI
Traigo del fondo del silencio tu mirada; evoco tus ojos .... y me estremezco. Aun apagados por la muerte, me producen el efecto del rayo. No ha perecido en ellos el poder fascinador.
Son dos faros azules, que me muestran las irradiaciones magnificas del Infinito; son dos estrellas de primera magnitud, que miran hondo sobre mis penas, perforándolas y agrandando la huella, hasta abrir una brecha infinita como un mundo.
Tus ojos adorados, que fueron reflejo de esa bellisima alma tuya, viven ahora en mi mente nutridos de mi propia vida, adquiriendo brillo en la fuente inagotable de mis lágrimas
Anuarí. Asi como tus ojos me encadenaron a tu vida, ahora me arrastran a tu fosa, invitándome con tentaciones de delirio. Tus ojos son dos imanes ante un abismo. Yo
siento la atraccion feroz.

VII
En la oscuridad de mi pensamiento veo surgir tu imagen envuelta en el misterio de la muerte, con la pavorosa aureola de un más allá desconocido. Te Ilamo, toda el alma reconcentrada en ti; te llamo y me parece que se rasgan las sombras a tu paso alado, como el de ave herida en pleno vuelo.
Cuando comprendo que no te veré jamás, una onda
de angustia me sube del corazon, envolviéndo mi cerebro en un vertigo de catástrofe, en un ansia de masacrar la belleza de la vida.
Eres tan fuerte y hermoso, con tu cara serena y tu frente mirando al cielo.
Anuarí. La pena no enloquece, la pena no mata; va ahondando en el almacomo un cuerpo de plomo en una tembladera infinita. Asombrada escucho en las noches el eco de mi voz, que te busca aguardando una respuesta. La negra verdad me hiere con saña. ¿Acaso tu espíritu ha muerto también? iNo; no! Cómo es posible que tanto vigor, energia de astro, vaya a perecer en el hielo eterno?

VIII
Desde que te fuiste, mis ojos y mis oídos están acechando tu imagen .... tus pasos; estan tendidos hacia la rnuerte en fervorosa espera de resurrección.
Y
en los dias grises, cuando sopla viento helado, te veo con los ojos del alrna surgir blanco de tu blanco sudario, transfigurado por la serena, santa caricia de la tierra.
Y
cuando el sol derrocha diamantes sobre el mundo, entonces te aspiro en todas las flores, te veo en todos los árboles, y te poseo rodando, ebria de amor, en los céspedes de yerbas olorosas.
Y cuando la luna da su humilde bendicibn a
los hombres, te veo gigantesco, destacarte en un afilado rayo; te veo enorme, confundido con lo inmortal, desparramando sobre el mundo tu indulgencia, aliviando la desesperación:; de tanto náufrago dolorido; te aspiro en el ambiente, te irnagino en el misterio, te extraigo de la nada.
Me parece que el mundo fue hecho para ayudarrne a evocarte, y el sol, para que me sirviera de linterna en la escabrosa ruta.
.
IX
Con la cabeza reclinada entre los brazos, en un afán de dormir, repito, como los niños, una oración: tu nombre.
Si, Anuarí, tengo sueño, mucho sueño, ese mismo letárgico sopor que turbó tu alma antes de cerrar los adorados ojos para siempre.
Como una oración, desgranan silaba por silaba mis labios tu nombre, y mis manos se
tienden desmayadas, buscando el tibio nido de tus cabellos, para esconderse y morir.
¡Anuarí! ¡Anuarí! Como de una fuente que hierve brotan de mi pecho las quejas y las súplicas. Todas van a perderse en el caos, sin llegar tal vez a ti.
Es horrible, y no comprendo cómo mi cuerpo no sucumbe al peso de tan ruda carga. La vida sin ti es una tétrica cosa, que arrastro corno un harapo innoble.

X
Las horas caen como goteras de plorno en un párarno; se van a tu encuentro, y yo me quedo; me quedo sombría, taciturna, envuelta en negro hastio, como en una malla de hierro.
Dos meses hoy, criatura mia, que bajaste a una caverna de piedra, llevando en el Corazón paralizado hasta mi deseo de llorar.
¡Ya dos meses! Sin rnorir ví cómo entraban tu ataúd por la Puerta del Cementerio; por esa puerta con fauces de chacal, que no se abre jamás para las almas que la atraviesan dormidos.
En estos dos meses no has tenido otra caricia que aquellas tan leves y timidas de mis flores, tnis pobres flores, que son la única prueba de amor, la ofrenda santa que temblorosa de pena, mi alma deposita sobre tu cadáver.
Dos meses. Mis manos pordioseras de caricias tratan de arrancar de tu ataúd una ternura; pero la madera, avara del tesoro que
encierra, se hace rigida, como un ser que no ha sufrido.
¡Nada, Anuarí mío! Sólo llegan al
fondo de tu foso, muy apagadamente, como de una jauria lejana, los ruidos del mundo, el confuso vaivén de los hombres, de esas sombras movibles, que no saben de dónde vienen y para
dónde van, porque tienen miedo de averiguarlo.
Dos meses hoy que te fuiste. El reloj palpita; su tic-tac pisotea mi cerebro? destruyendo mis pensamientos, con sus pasos lúgrubes hacia la mentirosa Eternidad.
Dos meses, y ya no sufro de tanto sufrir.

XI
Se mueven las cortinas y tiembla la luz. Con toda intensidad pregunto a la noche si eres tu el que anima esas cosas.
Anuarí.
De espaldas sobre mi cama, sólo el furioso golpear de mi corazón dentro del pecho.
Todo lo que me rodea está empapado de misterio. Los muebles hablan entre si de trágicos secretos; las puertas se quejan de sus urnbrales siempre enigmáticos, a la espera de alguien que nunca llega; y en la lámpara me parece adivinar una muda desesperación.
Los retratos me miran con una desgarradora expresión de pena ¡Anuari, Anuari! Ya sé que mi grito se pierde sin eco en el impiadoso abismo de la nada, pero para no sucumbir no puedo dejar de llarnarte, aferrada a una ilusión que no existe.

XII
Como de costumbre, hoy fui a verte; era tu día, el día de todos los dormidos eternos. Cubrí tu ataúd de rojos claveles, e imaginé
que su fragancia atravesaria las maderas e iría a darte un escalofrío de dulzura.
Con la cabeza apoyada en el féretro pensé profundamente en ti.
Una olimpica serenidad revistió de alba túnica mi alma, apagando toda su amargura.
No hubo desesperación en mi dolor.
Comprendí, amor mio, que para mí la grar puerta al infinito estaba abierta de par en par, abierta por tus manos sublimizadas.
Vi, también, que poseía alas capaces para emprender el regio vuelo del encuentro, y entonces me sentí consolada.
Oculta en tu féretro está la llave de la gran puerta: tú la guardas en tu diestra. Cuando me agobie la luchaa miserable iré a buscarla. Abriré t u mano con el beso de una madre que despierta a su hijo, y, enlazándola a la mía, marcharemos juntos hacia el sol, en busca de su bendición nupcial. Iremos, inmortales hijos de la luz, en pos de la irradiacion de los astros para coronar nuestras cabezas transparentes. Marcharemos extáticos, serenos, gloriosos, como una sola llama azul del alma del Creador al son de acordes magistrales, que entonará nuestra Reina Naturaleza.
Nos deslizaremos por los límpidos espacios, sublimes de bondad, cantando un resurvexit eterno.

Al contacto de t u ataúd mi frente palidece y miran mis ojos en busca de la gran puerta.


XIII
Por la noche, penetro en mi alcoba como en un templo, tan fervorosamente, que mis rodillas se doblan. Porque alli está tu retrato, mirándome con esa bondad ilimitada del perdón.
Beso el crista1 helado, en el sitio que transparenta tu boca, y me regocijo en iluminar tus ojos con el reflejo de los míos, brillantes de emoción.
Juntos mis manos sobre tu frente, y en trágica conmoción del alma, imploro tu compación, el calor de tu protección cerca de mi lecho; y en fervoroso anhelo ruego al misterio para que tienda sobre el sudario del silencio.
Hablo con tu retrato, criatura mía, derramando sobre las cosas pueriles y profundas, como si fueran flores; lloro, río y sintiéndote en mis brazos, te canto como si hubieras nacido de mi.
Y naces de mi; y para mi y en mi vives, porque para todos los demás estas muerto.
Te extraje de la sangre más noble de mi corazón y te uní a mi destino para siempre.


XIV
Hallo cierto alivio en la monótona repetición de mis pesares, como la halla el loco en sus palabras incoherentes, en sus exaltaciones plásticas.
Te amo, Anuarí ...
La tibieza de tu cuerpo ha quedado como un veneno insomne en mis miembros. Todos ellos se retuercen en convulsiones espasmódicas de delirio; claman por una caricia aguda de tu cuerpo, de tu carne joven, perfumada de primavera.
Mi boca está sedienta de lujuria. Si, Anuarí. En contorsiones de poseída, escápanse de mi los
aullidos desgarradores de mi carne y de mi corazón heridos; en los espasmos de placer y de pena, surge, entre los suspiros, tu nombre.
¡Ah! He quedado ávida de ti; ansiosa de besos tuyos.
Y ante la atraccion de tu espíritu radiante, quedé ciega como si mirase a1 sol.
Mis labios, ávidos, aguardan entreabiertos, el néctar de tu amor.
Y el tiernpo pasa, y su bálsamo de nieve no cicatriza mis llagas de fuego.
El dia lucía todas las deslumbradoras galas de la Primavera
....Un olímpico rayo de luz vestía las flores con túnicas de diamante.
Ante tan irónico esplendor mi corazón sintió con más fuerza tu soledad augusta, y despreciando la fastuosidad, fué a ofrecerse a ti, para que te protegieran los suaves velos de su melancolia.
Llegué a tu nicho, a tu estrecha caverna miserable, y tuve el deseo de volverme terciopelo para arroparte, envolverte en mi, para
darte una impresión de amor; para que no te dieras cuenta, criatura mia, que todos te tomaban como a un objeto inservible.
No concibo el calor que anima mi vida, estando tú rígido y solo en el cementerio. Son explosiones del mal todas las felicidades que brotan fuera de esa órbita dolorosa.
Anuari mío; todo mi cuerpo se insensibiliza al solo recuerdo de tu ausencia eterna.

XV

Estoy enferma. Mi mano, ardiente, resbala en triste desmayo sobre los libros donde me refugio, para aturdirme y olvidar.
No trato de abrirlos, es inútil: los adivino.
¿Qué pueden decirme que sustraiga mi pensamiento de tu recuerdo? Sólo lograrían dejar una negra mancha de tinta en mis pupilas luminosas de tu imagen. Mi dolor se hace agónico; mi tristeza se despedaza como las túnicas de los mártires desgarradas por las fieras del circo.
Me pesan las sienes como si las oprimieran los dedos de un coloso, y como losas funerarias caen mis párpados.
¡Anuarí, Anuarí!
Las penas hacen pesada mi sangre, como si circulara por mis venas lava fría.
Estoy enferma. A mi alrededor canta la vida, impiadosa, cruel, en su inconsciencia de diosa eternamente joven y alegre.
La vibración del dolor ha destruido la orquestación divina, que, en lírica unión con todas mis cuerdas intimas, amenizaba las fiestas de mi alma.
Estoy tan triste, como una. paloma a quien sorprende la tormenta, sola y fuera del nido.

XVI

Anuarí…
Te llevé hoy un ramo de inmaculadas peonías. Al depositarlas sobre tu ataúd, me pareció que el cielo había llovido estrellas sobre él y entonces se apoderó de mi un delirio de belleza.
Quise unir mis labios a los blancos pétalos, y el cielo de mi alma llovió besos, infinitos besos de amor sobre tu cuerpo insoñado. La dulzura de la tumba penetra en mi cerebro, como un baño de rosas, refrescándolo de sus ansias pasionales.
Purificada está mi carne por el alba castidad de las cenizas de todos los antepasados que a tu lado reposan.
Anuarí; criatura mía.
Si mi tristeza fuese siempre tan suave como para traducirla en besos y flores. bendeciría al dolor con el fervor de una iluminada; lo buscaría como el m6s nutritivo alimento espiritual.
Anuarí: el dolor de haberte perdido es el único lazo humano que nos une para siempre.
Yo te amo, y lo digo en las flores que esparzo sobre ti, y en mis llantos, que son vigorosos como los reflujos del mar.
De la vida a tu tumba, de tu tumba a la vida, ese es mi destino.

XXXV

Anuarí. Hasta pronto. Desde aquí mis pensamientos irán a ofrecerse a ti cruzando los mares; desde aquí vigilaré tus restos con el más inmenso y fervoroso recuerdo.
Pronto nos encontraremos, amor mió.
Mi cabeza es un abismo de dolor donde mis pensamientos ruedan, sin detenerse, como ágiles piedras.
Trato de meditar y mis cogitaciones se ahogan y ruedan como cuentas oscuras en el despeñadero de la nada.
Solo existe una verdad tan grande como el sol: la muerte.






Otros poemas
 

Belzebuth


Mi alma, celeste columna de humo, se eleva hacia
la bóveda azul.
Levantados en imploración mis brazos, forman la puerta
de alabastro de un templo.
Mis ojos extáticos, fijos en el misterio, son dos lámparas
de zafiro en cuyo fondo arde el amor divino.
Una sombra pasa eclipsando mi oración, es una sombra
de oro empenachado de llamas alocadas.
Sombra hermosa que sonríe oblicua, acariciando los sedosos
bucles de larga cabellera luminosa.
Es una sombra que mira con un mirar de abismo,
en cuyo borde se abren flores rojas de pecado.
Se llama Belzebuth, me lo ha susurrado en la cavidad
de la oreja, produciéndome calor y frío.
Se han helado mis labios.
Mi corazón se ha vuelto rojo de rubí y un ardor de fragua
me quema el pecho.
Belzebuth. Ha pasado Belzebuth, desviando mi oración
azul hacia la negrura aterciopelada de su alma rebelde.
Los pilares de mis brazos se han vuelto humanos, pierden
su forma vertical, extendiéndose con temblores de pasión.
Las lámparas de mis ojos destellan fulgores verdes encendidos
de amor, culpables y queriendo ofrecerse a Dios; siguen
ansiosos la sombra de oro envuelta en el torbellino refulgente
de fuego eterno.
Belzebuth, arcángel del mal, por qué turbar el alma
que se torna a Dios, el alma que había olvidado las fantásticas
bellezas del pecado original.
Belzebuth, mi novio, mi perdición...
Madrid. 1919.

Lo que no se ha dicho


“Hay en mi alma un pozo muerto, donde no
se refleja el sol, y del que huyen los pájaros
con terrores de virgen ante un misterio de
cadáveres.

Mi alma es un palacio de piedra, donde habitan los ausentes,
trayéndome la sombra de
sus cuerpos para alivio y compañía de mi
vida.

Mi alma es un campo desbastado donde el
rayo quemó hasta las raíces, y donde no
puede florecer ni el cardo.

Mi alma es una huérfana loca, que anda de
tumba en tumba buscando el amor de los
muertos.

Mi alma es una flecha de oro perdida en un
charco de fango.

Mi alma, mi pobre alma, es una ciega que
marcha a tientas sin apoyo y sin guía”.






La mayoría de estos textos han sido tomados de la antología "Lo que no se ha dicho", la cual dejo en forma íntegra para quien desee conocer más de su obra.
Lo Que No Se Ha Dicho_Teresa Wilms Montt