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TERESA WILMS MONTT

"La que murió en París"

Por Alejandro Lavquen



Al escuchar aquel hermoso tango de Blomberg y Maciel, titulado: "La que murió en París", no es la inmortal Margarita Gautier quien primero se nos viene a la memoria, sino los versos y azarosa existencia de la poeta chilena Teresa Wilms Montt. Joven de incalculable belleza, cultura y talento, cuya vida fue una alegoría de vicisitudes, tanto del alma como de la carne, que la han llevado a convertirse en una leyenda.

Nacida en el seno de una familia aristocrática y potentada, desde adolescente manifestó su despreció por las reglas convencionales, establecidas por un sector social hipócrita y marcada siutiquería. Conoció, por imposición de su familia, los sinsabores del claustro. Sufrió la desdicha de un matrimonio tormentoso y la incomprensión insensible y pacata de la sociedad que le tocó vivir. Pero un espíritu libre, tarde o temprano emprende el vuelo. Y así lo hizo Teresa Wilms Montt. Con la ayuda de Vicente Huidobro consigió escapar del convento donde se encontraba recluida, huyendo luego hacia Argentina. Posteriormente llegó Madrid, ciudad en la cual se relacionó con grandes figuras de las letras como Azorín, Pío Baroja y Ramón del Valle Inclán, compartiendo con ellos noches de bohemia y sueños de mundos mejores. Los cafés y el Ateneo de Madrid conocieron de su estilo rompiente y de su estética. Conocieron su tragedia emocional y su singular expresión: "...Es mi diario. Soy yo desconcertadamente desnuda, rebelde contra/ todo lo establecido, grande entre lo pequeño, pequeña ante lo infinito.../ Soy yo..." nos dice Teresa Wilms en "Paginas de mi Diario". Es ella en todo su esplendor y su desgracia ante un mundo que rechaza. Y son sus versos los que logran conservarla ante ese mismo mundo, la poesía la obliga a vivir: "A pesar de que en mi alma se albergan lastimeras cuitas se ilumina/ mi rostro al reír...", y sigue más adelante: "Maldigo y es de tal manera armónico el gesto de mis brazos en su/ apóstrofe dolorido, que diríase que ellos se levantan a impulsos de una/ fuerza extraña...,". Para concluir con estos versos: "¡Oh siglo agonizante de humanas vanidades! he cultivado un pedazo/ de terreno fecundo, donde puedes desparramar las primeras simientes/ destinadas a la Tierra Prometida".

La poeta, en sus breves veintiocho años de vida escribió varios libros, hoy inencontrables. Entre su obra podemos mencionar además de "Páginas de mi Diario": "Inquietudes Sentimentales" (1917); "En la Quietud del Mármol" (1918) y "Anuarí" (1918), con prólogo de Valle Inclán.

En sus poemas se puede encontrar toda la ansiedad de un corazón joven y desolado por la tragedia del desamor y el drama cotidiano que suele compungir los espíritus rebeldes: "Una campana impiadosa repite la hora y me hace comprender que/ vivo, y me recuerda, también, que sufro". Luego, en hermosísimos versos se acerca a la muerte, y desafía su voluntad: "Así desearía yo morir, como la luz de la lámpara sobre las cosas,/ esparcida en sombras suaves y temblorosas". Teresa Wilms Montt, sufrió la angustia de una época que nacía a un siglo XX aún sin definición concreta. Tuvo la voluntad y la valentía de ser Ella, a pesar de sus detractores sociales. La invadió la soledad, siendo quizá esto su mayor tragedia de mujer amante, de mujer necesitada de afecto y comprensión: "...sabes mi trágica devoción a las leyendas/ de príncipes encantados.../ Sabes que una música melodiosa y un canto suave me hacían sollozar,/ y que una palabra de afecto me hacía esclava de otra alma, y sabes, también,/ que todo lo que soñé tuvo una realidad desgarradora", se conduele la poeta.

Vicente Huidobro la definió como: "la mujer más grande que ha producido la América. Perfecta de cara, perfecta de cuerpo, perfecta de elegancia, perfecta de inteligencia, perfecta de fuerza espiritual, perfecta de gracia". Incluso, Juan Ramón Jiménez, hombre poco dado a los elogios fáciles, le dijo: "Tú das una cosa que no es la usual, pero que puede serlo desde que tú la tocas". Mucho se podrá decir de Teresa Wilms Montt y su vida bohemia e iconoclasta, de sus amoríos y vida errática por Buenos Aires, Madrid, Londres, Nueva York y París, pero nadie podrá negar su importancia en la literatura nacional, a pesar de que su vida –fuera de lo común para una mujer de aquellos años- mereció quizá mayores comentarios que su obra.

Un día de invierno del año 1921, cuando el presente siglo recién enrielaba su camino, Teresa Wilms Montt decidió partir. Se hallaba viviendo en París, la ciudad romántica por excelencia que a tantos artistas albergó en sus calles, bares y buhardillas. Se fue a su manera: "Nada tengo, nada dejo, nada pido./ Desnuda como nací me voy,/ tan ignorante de lo que en el mundo había./ Sufrí y es el único bagaje que admite la barca que lleva al olvido". Partió en busca de la paz que un día cantó: "Quiero que en sabia esencia, la Paz descienda sobre mí/ y anegue generosa en frescura mi interior carcomido". Y tal vez, donde hoy se encuentre, puede que haya alcanzado la felicidad plena que le negó la sociedad que la rodeó en vida. Quizá la esperen y le canten como en el antiguo tango: "Siempre te estaré esperando/ allá en el barrio feliz./ Pero siempre está nevando/ sobre tu sueño en París...".

Publicado en Punto Final N° 540 (marzo 28. 2003) 





Hablan las descendientes de Teresa Wilms Montt:

Nuestro sentimiento por Teresa ha sido el dolor.

Por Marcela escobar Q


La acusaron de loca, mala madre y adúltera. Ella se rebeló a su época. Su historia de desarraigo y bohemia regresa con la película de Tatiana Gaviola.



La cabeza de la pequeña Elisa está cubierta de rizos dorados. Se parece increíblemente a la Teresa Wilms Montt que retratan, de niña, las viejas fotos que se conocen de la escritora. En el árbol genealógico de la familia, Elisa es la tataranieta de la mujer que rompió con todos los cánones de la aristocracia chilena de comienzos del siglo XX. Hoy, Elisa tiene casi tres años, la misma edad que tenía su bisabuela, Sylvia Balmaceda Wilms, el día en que la separaron de su madre.

–Mi abuela, que murió hace cuatro años, tenía recuerdos vívidos de ese encuentro en París –recuerda ahora Soledad Briones, madre de Elisa, bisnieta de Teresa, quien por años vivió con su abuela Sylvia y cultivó con ella una estrecha relación–. Me decía que fue como una visión, recordaba la ropa que vestía y la mirada que tenía Teresa. Mi abuela, de niña, creyó que esa mujer era un ángel
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Varias generaciones después, el recuerdo de Teresa sigue vivo en su familia, conformada por dos nietas, tres bisnietos y varios tataranietos. Esta tarde, Elisa, Soledad y Teresa, nieta de la escritora, acceden a tomarse fotos y recordar a quien no conocieron, pero cuya historia las marcó profundamente.

Están a la espera del estreno de la película Teresa, dirigida por Tatiana Gaviola y que se estrena el próximo 18 de junio. También esperan a Marina, otra de las nietas, que llegará desde Estados Unidos para presenciar el estreno. El filme ha sido, de alguna manera, una pequeña revolución familiar.

Apenas se enteró de que existía la idea de hacer una película sobre su bisabuela, Soledad Briones –una mujer de 37 años, delgada y elegante– contactó a Tatiana Gaviola para conocer detalles del filme. "Primero me reuní con ella y luego con Francisca Lewin, y fue un agrado ver que se lo tomaran tan en serio", recuerda Soledad. Junto a su madre y a su hija asistieron a la filmación de escenas del largometraje. La pequeña Elisa estuvo a punto de ser parte del elenco, en una escena donde personificaba a Teresa de niña y que, finalmente, quedó fuera de la secuencia final.

Por eso la expectativa. De alguna manera, la película será también un reencuentro.

La herencia de Teresa

–Hay mucha admiración, pero nuestro sentimiento por Teresa ha sido el dolor –explica Soledad, quien conoció la historia familiar por lo que su abuela le contaba–. Sentimos la pena que les tocó sufrir a ella y sus hijas por una separación que nadie quiso.

De boca de su abuela, Soledad se enteró de lo que se decía de Teresa en la familia. Que era la oveja negra. Que por lo que hizo –serle infiel al marido, frecuentar tertulias, dedicarse a la escritura– había deshonrado a los suyos. Se decía, incluso, que sus hermanas menores no conseguirían marido por su culpa.

Teresa fue la segunda de las siete hermanas Wilms Montt, emparentadas con cuatro presidentes de la República. Nació en Viña del Mar en 1893 y, según consigna en su libro la autora Ruth González-Vergara, biógrafa de la escritora, su padre la llamaba cariñosamente "mi Tereso", como una vana demostración del deseo que tenía de haber engendrado un hijo hombre.

Quizás fue eso, o definitivamente el carácter indómito de Teresa, lo que le trajo problemas desde niña. Criada en una familia en la que convivían el lujo y los estrictos códigos sociales, la joven contaba con la simpatía de su padre, pero no así de su madre.

Teresa se refugió en la lectura, en sus escritos, en el canto y la poesía. En manos de Soledad y su familia todavía está un libro con anotaciones que redactó la Wilms Montt. Y su bisnieta cuenta que tanto Sylvia como Elisa, las hijas, tenían el mismo talento para el canto, pero mientras Sylvia era extrovertida, el centro de atención, Elisa fue tímida, recatada, y con un profundo sentimiento de malestar hacia Chile y la condena social de la que su madre fue víctima.

Publicado el 6 de Junio del 2009 en el Mercurio.




Articulos publicados en Memoria chilena:


"De Teresa Wilms a Adolfo Couve"

"Centenario Teresa Wilms Montt"